Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
REFLEXION:
Pentecostés nos invita a caer en la cuenta de cómo la acción del Espíritu Santo ha ido creciendo con el tiempo: cuando miramos hacia atrás, nos va siendo más fácil rastrear con agradecimiento sus huellas en nuestra vida y el eco de ese modo suyo de hacernos sentir su presencia que, como sintió Elías en el Horeb, es como «la voz de un silencio tenue» (1Re 19,12).
Pentecostés nos ayuda a entender mejor aquello de Pablo de que «el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad» (Rom 8, 26): el más elemental realismo nos va demostrando, no sólo que «no sabemos orar como conviene», sino que ese «no saber» abarca casi todo el resto de los aspectos de nuestra vida.
Pero esa constatación que podría desanimarnos, podemos llegar a celebrarla porque nos recuerda que podemos contar con una fuerza que no nos pertenece pero que nos habita y que, a poco que se lo consintamos, se hace cargo de nuestra vida y se encarga de ella bastante mejor de lo que lo haríamos nosotr@s mism@s si nos empeñáramos.
Pentecostés nos sitúa en la órbita del Maestro interior: según va pasando la vida y vamos teniendo experiencias preciosas de amistad, comunicación profunda y acompañamiento espiritual, puede crecernos la convicción de que hay en cada un@ de nosotr@s una zona incomunicable y a la que casi no tenemos acceso ni nosotr@s mism@s, pero que es transparente para el Espíritu que desde ahí enseña, atrae, conduce y mueve.
Oí contar hace poco que le preguntaron al Abbé Pierre en la TV: ¿Qué es lo más importante para Ud.? y él contestó: L@s otr@s. Esa es la asignatura que enseña siempre el «Maestro interior».
Pentecostés nos incendia para sentir el mundo como lo sentía Jesús, sin permitir que la ausencia prolongada del Señor y el sufrir injusto de tanta gente nos abrumen hasta el punto de apagar nuestra esperanza. Porque en medio de tantas cosas en contra, allí está también el Espíritu a favor nuestro, amigo fiel a nuestro lado para sostener en nosotr@s ese deseo que nos hace seguir clamando insistentemente: «¡Ven Señor Jesús!» (Ap 21,17).
PARA ORAR.
Sopla tu Espíritu, Señor
sobre nosotr@s;
abre nuestro corazón
y nuestros ojos.
Sopla tu Espíritu, Señor,
Dios de la Vida,
bautízanos con tu Amor
y tu caricia.
Sopla tu Espíritu, Señor
rompe los miedos
que nos impiden avanzar
por tus senderos.
Sopla tu Espíritu, Señor
somos tus hij@s;
haznos herman@s en tu Amor
para vivir contigo
SOPLA TU ESPÍRITU, SEÑOR,
DANOS TU ABRAZO
QUE NOS INVITA A DESCANSAR
EN TU REGAZO
SOPLA TU ESPÍRITU, SEÑOR,
SOPLA CON FUERZA Y
QUE TU MISERICORDIA
Y NOS CONVIERTA.